Botón Ilustrando un Relato Corto

*para Taller adultos e Infantil

El Reto que proponemos para esta semana es: “Ilustrando un relato corto”

Leed atentamente esta breve historia. Como siempre podéis hacer un dibujo o ilustrar varios pasajes de la historia. Os animamos a que hagáis varios bocetos para elegir la mejor composición, contexto y la acción que queráis resaltar. No corráis, dedicad el tiempo suficiente a imaginar qué puede hacer vuestra imagen más rica a modo narrativo y plástico.

¿Qué tipo de personajes te imaginas que viven en este mundo? ¿Qué tipo de ropa llevan? ¿Qué diferencias de aspecto existen entre unos y otros?

¿Cómo es ese lugar? ¿Cómo te imaginas que son las casas? ¿Y los paisajes de altura? ¿Cómo pintarías las zonas bajas de la ciudad?

¿Qué sensaciones podemos crear a través de los colores? ¿Y a través de las expresiones de los rostros de los personajes o su actitud corporal?

¿Qué ve la gente a través de sus ventanas? ¿Están diciendo o pensando alguna cosa?

Si quieres, haz una foto a tu dibujo y envíanosla por WhatsApp 644 59 56 31

 

 

RELATO:   ABRIL DE 1905

En este mundo se advierte instantáneamente algo extraño. No se ven casas en los valles ni en las llanuras. Toda la gente vive en las montañas.

En algún momento del pasado los científicos descubrieron que el tiempo fluía más lentamente cuanto mayor fuera la distancia desde el centro de la Tierra. El efecto era minúsculo, pero podía medirse con instrumentos extremadamente sensi­bles. Cuando se conoció el fenómeno, unas pocas personas, ansiosas por mantenerse jóvenes, se mar­charon a las montañas. Ahora todas las casas se construyen en el Dom, el Matterhorn, el Monte Rosa y otros terrenos altos. Es imposible vender casas en otras partes.

Muchos no se contentan con instalar sus ho­gares en la montaña. Para obtener el máximo efec­to, construyen sus casas sobre pilares. Las cum­bres de todo el mundo están cubiertas de estas construcciones, que desde lejos parecen bandadas de aves corpulentas con patas finas y largas. Quienes desean vivir más tiempo construyen sus casas con los zancos más altos. En verdad, algunas casas se elevan a casi un kilómetro de altura sobre esos delgados mástiles de madera. La altura se ha convertido en posición social. Cuando alguien debe alzar la vista desde la ventana de su cocina para mirar a un vecino, piensa que a ese vecino las articulaciones se le endurecerán más tarde, que no tendrá arrugas ni se le caerá el pelo ni perderá el deseo de un romance antes que él. Del mismo modo, una persona que mira una casa situada más abajo tiende a pensar que sus ocupantes son vie­jos, débiles y miopes. Algunos se jactan de haber vivido toda su vida en las alturas, de haber naci­do en la casa más alta del pico más alto sin haber descendido jamás. Celebran su juventud en sus es­pejos y caminan desnudos por sus balcones.

De vez en cuando un negocio urgente les obli­ga a salir de sus casas y entonces no pierden tiem­po: bajan apresuradamente sus largas escaleras, corren hasta otra escalera o hasta el valle, cierran sus transacciones y regresan tan pronto como pue­den a sus hogares o a otros lugares elevados. Saben que a cada paso el tiempo fluye justamente un poquito más deprisa y que envejecen un po­quito más rápido. A ras del suelo nadie se sienta. Todos corren llevando sus carteras o sus compras.

En cada ciudad hay una pequeña cantidad de residentes que ya no se preocupan de envejecer algunos segundos antes que sus vecinos. Estas almas aventureras descienden al mundo inferior durante varios días, descansan bajo los árboles que crecen en el valle, nadan sosegadamente en los lagos de cotas más cálidas, ruedan sobre la hier­ba. Apenas miran sus relojes y no saben si es lunes o martes. Cuando los otros pasan corriendo a su lado y se burlan, ellos se limitan a sonreír.

Con el tiempo la gente ha olvidado por qué la altura es mejor. No obstante, siguen viviendo en las montañas, evitan en la medida de lo posi­ble las regiones inferiores, enseñan a sus hijos a apartarse de los niños de niveles menos elevados. Toleran el frío de las montañas por el hábito y gozan de la falta de comodidades como parte de su educación. Hasta se han convencido de que el aire es bueno para sus cuerpos y, de acuerdo con esta lógica, se someten a una dieta de escasez y rechazan todos los alimentos, excepto los más su­tiles. Ahora se han vuelto huesudos, delgados como el aire, envejecidos antes de tiempo.

Fin

 Alan Lightman (1993): Sueños de Einstein, Tusquets, Barcelona.